jueves, 26 de agosto de 2010

Eros partiendo plaza.

A las mujeres bellas debería permitírseles todo, incluso matar.
Dios siempre se equivoca. Guillermo Fadanelli.

1. Cierre de calles

2. Un cadáver en una vitrina

3. Tramitología

Y

4. Envidia de la buena.

Vaya suerte la del tipo de Fox Sports. Nada más y nada menos que recibir un beso de esa delicia de mujer llamada Larissa Riquelme, eso sí que es algo para contarles a los nietos. La “novia del Mundial”, la culpable de que todos los hombres del planeta deseáramos ser transformers (¡Yo pido cambiar a forma de celular!)
                                    
Larissa Riquelme, la que consiguió más aficionados paraguayos, ¡sin necesidad de meter un solo gol!, además de que puso todas las apuestas a favor de su selección; porque para ganar mucho (y vaya que la silueta de esa mujer es precisamente MUCHO) hay que apostar mucho. Riquelme: La sensualidad encarnada. Me disculpan pero siempre he sido desconfiado… ¡No creo que sus lunares sean reales! Están ahí… exactamente ahí donde deben de estar. Ni un milímetro más arriba o más abajo. “Tanta perfección, también es un error.” dice Alejandro Jodorowsky en la película de El Topo, mmm, creo que la excepción a esa regla es de origen paraguayo, tiene unos labios de tentación, le da mucha vida a los colores de su bandera y está adornando las portadas de las revistas para caballeros.

Larissa Riquelme: Eros partiendo plaza en un entallado vestido blanco.

                              
Y viene, y juguetea, y aprieta el puño en donde nos tiene a todos, y derrocha sensualidad y… y ¡besa a este tipo! Vaya suerte de cabrón.

Después de algo así, cualquiera se puede morir tranquilamente. Yo lo haría.

Recapitulando.

1. Cierre de calles

2. Un cadáver en una vitrina

3. Tramitología

Y

4. Envidia de la buena.

Hasta para un jueves es mucho daño.
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Sin más preambulos.
Artista: Eels
Album: Blinking Lights and other Revelations
Song: Theme for a pretty girl that makes you believe God exist.

                                              

domingo, 22 de agosto de 2010

La pasajera en trance de Monte Carmelo.

“Tengo varios síntomas poco importantes que usted mismo puede ver.

Pero mi síntoma esencial es que no puedo empezar y no puedo parar.”

Frances D. Despertares.

Con frases como la del epígrafe de esta entrada, o como la siguiente: “La señorita D. nació en Nueva York en 1904, y era la menor y más inteligente de cuatro hermanos.” (Sacks, Oliver. Despertares. Editorial Anagrama, España. Pág. 79), pasa algo muy interesante: nos dejan a medio camino. Con esas líneas nos encontramos muy lejos del fantasioso “erase una vez…” pero, al mismo tiempo, también estamos a años luz del parco y aséptico “femenina caucásica de 65 años, con un peso de…”. Estamos inmersos en el limbo que media lo fantástico y lo clínico.

                                                            
Oliver Sacks (Londres 1933) recibió un sabio consejo del neuropsicólogo Alexander Luria (Rusia 1902-1977): era urgente renovar la visión que tenían los médicos con respecto a sus pacientes. Para el connotado neuropsicólogo Luria ya no era viable seguir percibiendo a los pacientes como meros cuerpos ―es decir encasillarlos como simples organismos humanos femeninos o masculinos, según fuera el caso―. Por el contrario, había que comenzar a verlos como personas. No, no, no… Quizás lo correcto sea decir que había que comenzar a mirarlos como personas; porque esa era la gran diferencia que yacía en la recomendación que Luria le hizo a Oliver Sacks: había que dejar de ver cuerpos y comenzar a mirar personas. Y aunque la empresa se antojaba difícil, había que empezar por algún lado y Luria ya había aventajado el camino. Luria decidió comenzar por abordar los textos clínicos de una manera distinta. Era necesario escribir dos clases de libros, unos serían especializados, los cuales contribuirían al avance de la medicina como ciencia; y por otro lado estarían los textos que, basándose en los casos e historiales clínicos de una enfermedad o de un paciente, contribuirían a la mejor comprensión de los enfermos en tanto que personas. Luria escribió el especializado texto de Las funciones corticales superiores del hombre y así reforzó los cimientos de la neurociencia cognitiva; y para abarcar el lado humano de la medicina escribió Pequeño libro de una gran memoria. La mente de un mnemonista. Habían nacido las “anécdotas clínicas”.

Oliver Sacks menciona entre sus grandes influencias médicas y literarias aquellas dos obras de Luria. Este aprecio por la obra de Luria, así como el posterior contacto a nivel profesional y personal con el neuropsicologo ruso, son los que dieron el empuje necesario a Oliver Sacks para dar a luz Despertares. En dicha obra Sacks habla de las vivencias que tuvo a partir de su llegada al internado Monte Carmelo, ubicado en Nueva York. Fue en esta institución donde Oliver Sacks echó a andar un nuevo tratamiento para los enfermos de la encefalitis letárgica ―enfermedad que tuvo gran auge durante los años 20 y que había dejado como secuela un gran número de enfermos recluidos en instituciones como el Monte Carmelo―; el tratamiento se basaba en la aplicación del fármaco Levodopa (L-dopa). Como todo buen tratamiento experimental la aplicación del L-dopa trajo situaciones inesperadas, tanto clínica como humanamente hablando, y todas ellas se recogen en los relatos que dan cuerpo a Despertares, relatos como el de Frances D dan fe de esos despertares a los que hace alusión el título.

                                                   
En las páginas que Oliver Sacks dedica al caso de Frances D. se da fe de todo lo que rodeaba a los enfermos de la encefalitis letárgica antes de la aparición de la L-dopa, y de todo lo que la aplicación del tratamiento les traería como consecuencia. Antes de la llegada de Oliver Sacks a la institución de Monte Carmelo, los enfermos de la encefalitis letárgica estaban en el olvido; eran un manojo de casos atípicos de distintas enfermedades. Los malos diagnósticos engrosaban sus historiales clínicos. Por ejemplo, en un principio los síntomas de Frances D. fueron diagnosticados como catatonia o histeria, esta demás el decir que esto no ayudaba en nada a la paciente. Hay enfermedades que por su mal tratamiento se tornan crónicas, pues bien, en un macabra analogía los enfermos de la encefalitis letárgica eran pacientes crónicos: estaban ahí desde… y seguirían ahí hasta… Es en este punto donde el fármaco L-dopa hace acto de presencia, revestido con un aurea de panacea.

El tratamiento a base de L-dopa resultó ser sumamente ambivalente, había recuperación, sí, pero esta se presentaba aparejada con el aumento de otros malestares. El caso de Frances D. no fue la excepción. Cuando en junio de 1969 Frances D. inició su tratamiento, ni ella ni Oliver Sacks sabían a ciencia cierta que esperar. Antes de la L-dopa los síntomas más características de Frances D. eran la marcada rigidez de su rostro (facies parkinsionana), así como su tendencia al congelamiento o, irónicamente dramático, a su contrario la festinación (es decir realizar movimientos que gradualmente se tornan más rápidos y violentos); en términos técnicos Oliver Sacks habla de Frances D. como un mujer con pasajes de acinesia e hipercinesia (no movimiento y mucho movimiento respectivamente). Frances D. vivía sumida entre el reposo o el desbordado movimiento, y no había intermedios. Para poder iniciar el movimiento requería de un impulso externo, algo que la motivara a seguir su curso, de no ser así el reposo la volvía a dominar por completo, nos dice Oliver Sacks:

“Podía levantarse de los asientos sin esfuerzo, pero, una vez lo había hecho, tendía a quedarse ‹‹congelada››, a menudo durante bastante rato, incapaz de dar el primer paso.” (Pág. 84)

Y más adelante el autor de Despertares puntualiza:

“Constituía un notable contraste con ello lo bien que subía las escaleras, de un modo tranquilo y constante, ya que cada escalón era un estímulo para dar un paso; sin embargo cuando se terminaban las escaleras volvía a quedarse ‹‹congelada›› y le era imposible seguir andando. Decía a menudo que, ‹‹si el mundo estuviera hecho únicamente de escaleras››, no tendría dificultades para ir a donde quisiera.” (Pág 84-85)

Fue el 25 de junio de 1969 cuando Frances D. se embarcó en la aventura del tratamiento con la L-dopa. Esta paciente, como cualquier paciente de cualquier enfermedad, anhelaba que la L-dopa la sacara del limbo del reposo y el movimiento. A la postre este anhelo le acarreo problemas tanto físicos como emocionales, ya que idealizó de tal manera a la L-dopa que visualizaba a Oliver Sacks como…

“(…) un redentor que le prometía salud y vida con mi sacramental medicamento, y después un demonio que le arrebataba ambas cosas y le causaba sufrimientos peores que la muerte. Cuando representaba mi primer papel ―el de médico ‹‹bueno››― la señorita D. no podía menos que amarme, pero cuando representé el segundo ―el de médico ‹‹malo›› no pudo menos que odiarme y temerme.” (Pág. 98)

Hay que recordar que la L-dopa era un tratamiento experimental, por lo que no se tenía un protocolo preciso a seguir, además el fármaco se presentó como una medicina sumamente volátil (es decir imprecisa, y esa es una palabra obscena en Medicina). Oliver Sacks nos habla de cómo no se podía determinar con exactitud una dosis diaria para todos los enfermos por igual, ya que cada paciente reaccionaba de manera distinta a distintas dosis, dependiendo de sus distintos estados psicofisiológicos. Esta ligazón entre la dosis del medicamento y la personalidad o el estado de ánimo del paciente refuerza, según Sacks, aquel cambio de visión del que hablaba Alexander Luria: ver personas y no cuerpos. En el caso de Frances D. la L-dopa siguió presentando esa actitud rebelde, ese carácter indómito del fármaco fue la constante durante el tratamiento de la señorita D. Basta con dar una repasada a las distintas dosis que le fueron aplicadas durante el lapso que duró el tratamiento fuerte de la L-dopa: de medio gramo a dos gramos, para después retroceder a gramo y medio, un gramo, 900 gramos, 950 gramos, y así. La graduación de las dosis se debió a que Frances D. respondió bien al tratamiento, recuperó mucha de su movilidad consciente, dirigida por sí misma, pero desgraciadamente esto se empató con una serie de ataques respiratorios. Durante estos episodios la señorita D. sufría de unos espasmo que la obligaban a contener la respiración durante periodos muy cercanos a la muerte, para después liberar el aire de manera violenta, además de padecer la terrible angustia que le provocaba sufrir un ‹‹engarrotamiento›› severo en su cuerpo, pero una apremiante movilidad en su mente: su pensamiento le demandaba con urgencia la desbordada movilidad (hipercinesia) pero su cuerpo se lo impedía de manera tajante (acinesia). Durante su tratamiento Frances D seguía siendo presa del dolor que emana de las antinomias ‹‹pascalianas›› (Sacks dixit): si antes de la L-dopa se debatía entre el reposo y el movimiento, durante el tratamiento se vio atrapada entre una renovada y anhelada salud y unas angustiantes crisis. Oliver Sacks le da voz a Frances D. y nos dice:

“La señorita D. describía así su situación: ‹‹No puedo controlarla, del mismo modo que no puedo controlar la subida de la marea. Me limito a capear el temporal y esperar a que amaine el viento››” (Pág. 88-89).

Este contraste entre la feliz salud y la angustiante enfermedad que acarreaba la L-dopa se ve claramente en la descripción que Oliver Sacks hace del día más feliz que Frances D. tuvo durante el tratamiento, y el día que le siguió. El 28 de julio de ese mismo 1969 France D. se fue de pic-nic y durante todo ese viaje se mostró como una mujer sumamente saludable (otra vez la ligazón enfermedad-estado de animo, entre lo patológico y lo psicofisiológico se hace presente). Al regreso del viaje exclamó con alegría:

“‹‹¡Qué día más maravilloso y más tranquilo! ¡Nunca lo olvidaré! ¡Es una inmensa alegría estar viva, mucho más viva que en cualquier otro momento de los últimos veinte años! ¡Si la L-dopa ha conseguido esto, es una bendición del cielo!››” (Pág. 94)



Pero la L-dopa saco a relucir sus garras y al día siguiente de ese maravilloso viaje Frances D. cayó en la mayor crisis que había presentado hasta ese momento. Días después de esa dura crisis (el 31 de julio de 1969) la señorita D. cayó en un estado de coma que duró todo un día; y este sería el final de su tratamiento fuerte de L-dopa. Tiempo después seguiría consumiendo el fármaco, pero ya de manera esporádica y acompañado de otros medicamentos (como la amantadina); los resultados de este nuevo tratamiento fueron buenos a secas; la mantuvieron estable pero sin ningún extraordinario repunte de su salud como aquel que presentó durante el lapso de junio-julio de 1969.

Después del milagroso renacimiento que le significó la aplicación de la L-dopa, y de la desastrosa caída en picada se fue la suspensión del tratamiento, Frances D. se volvió a encontrar en la tensa calma de una enfermedad controlada, con su consecuente resignación. En el siguiente párrafo Oliver Sacks da fe de los sentimientos que, por entonces, encerraba Frances D:

“A finales de 1970 la señorita D. se había enfrentado a retos de la L-dopa, la amantadina, las dopa-descarboxilasas y la apomorfina (todas ellas diversamente divididas y subdivididas), solas o en combinación con anticolinérgicos, antiadrenérgicos, antihistamínicos y cualesquiera otros precusores o bloqueadores producto de la inventiva humana. Había probado todos aquellos fármacos, y estaba harta. ‹‹¡Ya basta!››, se quejó. ‹‹Me ha hecho probar toda la farmacopea. He estado bien, he estado mal, he ido de un lado para otro, me han vuelto del revés y he pasado por todo lo que se pueda imaginar. Me han empujado, me han estirado, me han comprimido y me han retorcido. He ido deprisa y despacio, y también tan deprisa que, en realidad, no me movía de donde estaba. Y no paro de abrirme y cerrarme, como si fuera una concertina humana…›› Hizo una pausa para respirar. No podía evitar que sus palabras parecieran las de una ‹‹Alicia›› parkinsionana en un ‹‹País de las Maravillas›› post-encefalítico.” (Pág. 103)

Las páginas que Oliver Sacks dedica a la señorita D. nos arrojan el retrato (uno muy humano) de una mujer (una persona) sin estados intermedios. Una mujer que al depender de estimulación externa, carecía de un flujo que pudiera sentir como propio. Una mujer que, sin depender de ella, siempre estaba quieta o en movimiento, o bien iba o venia, o sana o enferma. Frances D. la adicta a los crucigramas. Frances D. la menor y más inteligente de cuatro hermanos. Frances D. la pasajera en trance.


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Es algo común y muy aceptado decir que el mejor Unplugged de MTV es el que hizo Nirvana. Apoyo la moción. Tiene todos los elementos necesarios para que así sea: el dejar de lado los hitazos del grupo, un puñado de covers de bandas desconocidas, un raido suéter verde y un puñado de buitres sobrevolando el set… todo una nota de despedida… todo un documento.

En lo que respecta a los Unplugged en español la cosa no es tan sencilla. Por estos lares no tenemos algo al equivalente del Unplugged en NY de Nirvana. Aquí no ha habido suéteres rotos, ni buitres ni notas suicidas en CD. Pero la cosa tampoco pinta tan mal; cuando menos hay tres acústicos que se pelean el puesto: El electrificado Unplugged (¿contradicción en los términos? ¿a quién le importa?) Comfort y música para volar de Soda Stereo, el chilenamente folklórico desenchufado de Los Tres (¿quién es la que viene allí?/ tan bonita tan gentil/ ¿quién es la que viene hacia mi?...) y el extraordinariamente lúdico Hello! de Charly García.


15 variados tracks que dan una somera pero certera pasada a la carrera de Charly García, eso es Hello! Ahí están la abridora y cachonda Yendo de la cama al living, la altamente rockera Demoliendo Hoteles, la infantil y juguetona Chipi Chipi y la “dedicada para Luis Alberto Spinetta” Rezo por vos. También tienen cabida (en forma de medley) las canciones de uno de los grupos de antaño de Charly García: Serú Giran. Yo reclamo con firmeza la GRAN ausencia de alguna de las canciones de Sui Generis, ¿ni siquiera Canción para mi muerte?... bueno. Pero también está la canción número 4, la cual (parafraseando al propio Charly García) va dedicada para Frances D: Pasajera en trance.

Canción ominosa que lentamente entra a escena. Es necesario que pasen 43 segundos para que la voz de Charly García tome la batuta en base a una letra que fácilmente trae imágenes a la mente. El rockero argentino remata las distintas líneas de la letra con un tono muy agudo, lo que da mayor dramatismo a, la de por sí, inquietante canción. Es digno de tomar en cuenta como la canción consigue un buen balance entre lo musical y lo lirico; la letra entra tarde y termina a los dos minutos para dejar espacio a casi minuto y medio de la melodía comandada por el piano.



Artista: Charly García.

Disco: Hello! Charly García MTV Unplugged.

Track: 4

Canción: Pasajera en trance

Duración: 3:20

Ella está por embarcar/

Quizás consiga un pasaje en la borda/

Ella está por despegar/

Ella se va//



Ella viaja sin parar/

El viejo truco de andar por las sombras/

De un comienzo sin final/

Ella se va//



Pasajera en trance/

Pasajera en transito perpetuo/

Pasajera en trance transitado los lugares ciertos//



Un amor real es como dormir y estar despierto/

Un amor real es como vivir en aeropuerto//

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Oliver Sacks describe como es que las forzadas posturas y la involuntaria rigidez de Frances D. se rompían como por arte de magia al escuchar un poco de música. Sacks describe como es que la señorita D adquiría una sobrenatural soltura al ser invadida por alguna melodía, para volver a caer en su lamentable y paradójica quietud, llena de tics, una vez que la música cesaba. Es grato imaginarla inundada por la atrapante melodía que emana del piano de Charly García…

“Pasajera en trance/ pasajera en transito perpetuo…” y ver la graciosa parsimonia de unos renacidos brazos yendo de aquí para allá.

El cuadro resulta encantador.

¡Levántate y baila Frances!