jueves, 23 de agosto de 2012

La canción, el poeta y el hombre: Atahualpa Yupanqui. Recopilatorio triple (1972)

Por lo regular los discos de covers ("versiones" para no abusar de extranjerismos) recogen títulos o comentarios como "mera curiosidad", "trabajo de transición", "falta de imaginación" o "anuncio de epitafio". Cada uno de esas etiquetas encierra algo de verdad, pero veamos el otro lado. Suponemos que a todo músico le encanta la música; aunque obvio es bueno hacerlo notar. Es decir, que dentro de cada estrella de rock ("rockstar" para no abusar de nacionalismos) existe un aficionado que, al igual que todos nosotros, tiene su top diez (para ser parejos) de discos y artistas imprescindibles. Todos tenemos nuestra own... and personal... Santísima Trinidad. ¿A qué viene toda esta peroata? Bueno, el asunto es que si bien es cierto que tanto aficionados como estrellas (Us, us, us... and Them, hem, em...), en el fondo son igual de fanáticos, la gran diferencia estriba en que ellos pueden encerrarse uno o dos años en un estudio a jugarle al fan. Nuestros amigos nos pasan un disco, unos audífonos, un mp3 o un link, para engancharnos a un artista que nos era desconocido; en cambio los artistas se divierten grabando un disco de covers y así nos dan ciertos nombres a seguir.



Esto ocurre con el Licenciado Cantinas de Bunbury (2011). Lo voy a decir sin tapujos: el mejor disco de Bunbury en bastante tiempo. Desde mi parecer el otrora cantante de los Héroes hacia buen rato que no lanzaba un disco tan compacto y apabullante como un Pequeño o un Flamingos. Sus últimas dos producciones (el Hellville y Las consecuencias) son discos de momentos (y éste último de muy pocos momentos). En cambio el Lic. no da tregua alguna, sorprende de inicio a fin. Exceptuando Animas que no amanezca, Ódiame y El solitario (canciones que están muy grabadas en el imaginario musical mexicano), el menú de temas no es muy usual. Bunbury se fue por la terracería. Esto tiene su máximo ejemplo en el gran cierre que es El cielo está dentro de mí, original de Atahualpa Yupanqui. Tenso, ominoso y sentido; el tema nos arroja la mejor interpretación que Enrique Bunbury haya hecho en un buen lapso.

Aunque el nombre de Atahualpa Yupanqui no me era desconocido, lo había escuchado antes en boca de diferentes artistas como Los Tres, Los Bunkers, Café Tacuba, etc; pero fue hasta que escuche el cierre de Licenciado Cantinas que me decidi a buscar algún material de este cantautor. Antes de comenzar a bajar canciones a diestra y diestra (es la única que uso para el mouse), de ver videos variados o de correr a comprar alguna recopilación al vapor, decidí esperar a que cayera en mis manos algo por el puro azar. Esto ocurrió hace dos semanas; me topé con el album triple titulado: La canción, el poeta y el hombre (1972).


Tres acetatos que en sus respectivas 6 caras nos arrojan 23 muestras del trabajo del enigmático Yupanqui. Su grave voz, su afinada guitarra y sus imaginativas pero sencillas letras recorren los surcos de los viniles. La compilación es variada y abarca lo mismo el lado instrumental, que el vocal de Atahualpa. Entre las grabaciones que carecen de voz destaca la grandiosa Malambeando pa´ los peones, que si bien tiene un pequeño intro hablado, su núcleo vibra a la par de las puras cuerdas. Mención aparte merece el cierre de este malambeo, ya que tiene uno de los puntos más álgidos de toda la recopilación: cierra con lo que me suena a un arreglo de vientos y percusiones, digno del final de alguna pelicula hollywoodense de época. Una delicia. Otra guitarreada que no desmerece en absoluto es la repicada, y más emparentada a lo folklórico, Cruz del Sur.

Por su parte de las canciones que, además de contar con la agilidad de los dígitos de Yupanqui, se revisten con la poética del cantautor debo destacar A la noche la hizo Dios, Quiero ser luz, Preguntan de dónde soy y esa apología a la fiel compañera (una canción de amor con todas las de la ley) que es Gracias guitarra. No solo en estas grabaciones se nota la facilidad de fraseo que poseía Atahualpa, en todas y cada una de ellas hay, cuando menos, dos frases que se quedan en la mente por un buen rato. Pero entre todo ese paraje de poesía congénita hay algo que salta a la vista y asalta el oido: El payador perseguido.



Canción que abarca la totalidad del tercer acetato (tanto lado A como B) de La canción, el poeta y el hombre; y que una vez unida digitalmente arroja un total de 35:34 de pura voz, guitarra e historias, intensas todas y cada una de ellas. La más pura sabiduría (esa que arrebasa a la erudición) rasgada por la aguja de un tocadiscos. Para como están estas épocas modernas, parece que nadie tiene media hora para sentarse a escuchar. Pero El payador perseguido paga con creces el romper un poco el vértigo de estos días. Los casi cuarenta minutos de este tour de force de Yupanqui está plagado de una jerga muy sudamericana, que si bien nunca entorpece la escucha, sí nos deja en blanco en ciertos pasajes. Es por esto que resulta de mucha ayuda la hoja que acompaña la recopilación; en dicho insert Carlos Furlong da un glosario de términos que resultan muy coloquiales para el oido poco instruido (como el mio) en el hablar de la parte sur del continente.


En resumen: La canción, el poeta y el hombre es una excelente invitación ("introducción" me resulta ofensiva por la calidad de la recopilación) para adentrase en la obra de este hombre con rostro malencarado, de guitarra templada, tesitura aguardentosa y sabiduría a flor de voz.










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